Las parrandas, que tienen a Remedios como su cuna decimonónica, se extendieron a Caibarién en similares fechas decembrinas (1889) y luego a Zulueta (1902) en el último día del año, prosiguiendo las de Vueltas (1900) en el Día de La Candelaria (2 de febrero) y el 19 de marzo a Camajuaní (1894) en vísperas de Semana Santa y final del calendario juliano.
Otros municipios de la zona central del país como Guayos y Chambas también albergan en su seno dupla de barrios contrincantes, pero sus fechas de lucharse la primacía nunca fueron óbice para evitar mezclarlas con un carnaval periódico que desconoce tradiciones excepto las moncadistas. Porque según un temita musical que esquiva mirar de frente a los muertos revolucionarios de ese cuartel en 1953, ?el 26 es el día más alegre de la historia? (lo espeta desde 1972 a todo pulmón en radio y TV el inane conjunto folklórico nombrado ?Mayohuacán?). Por eso, el Gobierno/Partido/Estado les hace coincidir el verano con las conmemoraciones, para epatar con mares de sudor obrero el júbilo politicón.
Estas festividades ?digámosle, recuperadas? estarían selladas por su profundo carácter religioso, el cual resultara blanco de castraciones en los años ?gloriosos? del ateísmo comunista (1970), ya se sabe por arrebato de quién.
Devueltas las fechas como concesión papal en 1998, y declarada laicamente feriada la Natividad del Señor, a partir de entonces los jolgorios enfrentaron nuevo reto consistente ?aún? en encontrar con qué elaborar tan costosos trabajos artesanales, los que hoy pugnan por no desmeritarse ante las despampanantes carnavalerías que lideran la emulación del ramo en el continente entero y no solo en el Caribe.
Una peliaguda tarea en pos de mantener envíos monetarios y materiales allende la mar, para tal consecución, ha corrido por cuenta de exiliados que aman fielmente sus tradiciones y estancias furtivas. Porque el presupuesto que asignan los gobiernos locales en cuestión para sufragar sus gastos no cubren sino una parte infinitesimal del costo real de estas súper producciones que se antojan de corte hollywoodense.
Es decir, que la parranda socialista es posible hacerla todavía, gracias a una extraña amalgama de remesas arropadas con típicos entusiasmos, más un toque de magros dineritos de una famosa cuenta para actividades apaciguadoras del disgusto citadino/cotidiano que maneja el sectorial de la cultura en cada distrito con tradiciones.
Este año los vestuarios y atrezos corrieron a manos de exiliados en las Islas Canarias una vez finiquitados los carnavales de fin de año. La decoración incluyó plumaje enviado de varias partes de Suramérica y las bisuterías y textiles fundamentalmente de los Estados Unidos.
Así lo manifestaron a coro parranderos entrevistados en su noche por este reportero, quienes dieron sin dudar nombres, algunos con largo historial de entregas y renuncias personales.
Alberto Portal (58 años de edad), quien trabaja desde niño decorando carrozas junto a su madre, fundadora, se estrenó como Sapo, pero ha sabido anteponer el espíritu artístico a las dificultades de la convivencia y ahora lidera el trabajo de los Chivos, su antiguo antagonista. Léster Santana (36), diseñador de vocación plástica autodidacta, vive en Homestead, Florida, y viaja anualmente para ver realizado su empeño, justo en el barrio donde creció aprendiendo a hacer de todo lo referido a la construcción de sus ideas. Ambos son tributarios de iconos legendarios del mundo parranderil como Tomás Manso y Roberto Prieto.
Por el otro lado de la villa, Luis Carrera (63), heredero de Pepe Garrido y Adoración Martínez ?ambos estetas?, siguen junto a Karim Del Río inventando la parranda como sea posible, la que les devolverá satisfacciones con el triunfo arrasador que ya adelantan.
Juan Carlos Morales (52), vestuarista, y Darién Sánchez (34), decorador, son dos colaboradores asiduos de estos eventos y no son camajuanenses. Pertenecen a esa hornada joven en relevo y solidaria de los que sabiéndose mal retribuidos en cualquier parte continúan realizándose a través de la creación auténtica. Tienen su base operativa en Remedios y Caibarién respectivamente, sitios de origen y residencia. Desde allí amasan sus artes por largos períodos previos para compartirlas después con otros municipios que les reclamen.
Nos cuentan cómo con el transcurso del tiempo las monumentales obras (carrozas), que solían tener más de 70 metros y un batallón de figurantes cercano al centenar, se han visto disminuidas hasta solo poder vestir a una veintena y montarles en una sola pieza de tres que solían desfilar por cada barrio. Pero, como bien dicen, al buen tiempo mejor cara.
Camajuaní, que se estrenó en estas lides pueblerinas de batallas hace mucho, al igual que sus colindantes, solo suspendió desfiles debido a conflagraciones menudas de nuestra historia independentista, que apenas le afectaron.
Tan colosales trabajos de carpintería y despliegue visual atraviesan con su fama a toda la región, y son reconocidos dentro y fuera del país. Miles de personas hacen el peregrinaje anual hasta aquí como si se tratara de La Meca. Y en realidad lo es, pero de las artes decorativas populares que siempre encontrarán un resquicio donde guarecerse del vendaval que cruce.
Publicado en:https://www.cubanet.org/cultura/camajuani-la-ultima-parranda/
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